sábado, 30 de enero de 2010

El guerrero y las brasas (I)


Las brasas. Eso es lo que queda tras el fuego, tras la pasión. Te das cuenta, cuando ha dejado de arder la candela, lo increíblemente frío que es el invierno. Brasas de las que te alejas cuando sigues el camino de tu vida. Se han quedado al lado del sendero, y un día tuviste que seguir el viaje sin ese fuego. Frío y solo. Sin el calor que te abrigó.

Hay -por imperativo vital- que avanzar sendero adelante. No es aceptable –por imperativo moral- quedarse sentado y morir de frío recordando que había candela; como tampoco intentar revivir el fuego cuando este ya no quiere arder más, por más que copen las noticias los que se creen que a base de palos –de madera y sin ella- van a revivir lo que ellos mismos apagaron por ahogar las llamas.

Los primeros pasos son duros. El frío se clava en todas la partes de tu cuerpo. El pecho es especialmente vulnerable al frío, y por eso duele tanto. Los músculos están entumecidos y avanzar cuesta la misma vida.

Pero el hombre es fuerte. Camina sintiendo el frío y añorando sólo el fuego que le cubrió. Avanza aunque haya olvidado su destino. Avanza porque para ello está hecho el camino; y pensando esto descubre una ardilla que lucha bajo un árbol por abrir una bellota. La contempla y se ríe. Se da cuenta de que por unos momentos olvidó el frío y el dolor en el pecho; pero ahora vuelven de nuevo, cuando la ardilla pierde el interés.

En su recorrido le llama ahora la atención un árbol que no había visto antes, y al probar uno de sus frutos se recrea en el gusto del exquisito manjar. Comiéndolo sigue avanzando y su mente interpreta las nubes que se ven por los claros de los árboles o analiza las formas de las hojas que adornan el suelo.

En esto va el guerrero, que entra en calor con la marcha. El frío ya no es problema. Su cuerpo, por el ejercicio, no nota las punzadas gélidas que en la mañana tanto le dolieron.

Al mediodía el sol brilla. Se pregunta ahora, sin conmoverse, cómo pudo depender tanto del fuego. Pero no es iluso el guerrero, y sabe que en la noche hacía frío, y que ese frío puede volver a llegar. Porque es ley natural.

Se hace un compromiso. El guerrero se sienta frente al horizonte, y con mirada épica se dice que a partir de ahora el fuego que siempre le alumbrará será el de su interior. Habrá más candelas en el futuro –piensa-, pero ninguna tendrá tal intensidad como para quemarle con sus llamas y después dejarle helado en medio de la noche. Lo alimentarán el ardor de su espíritu y la guía de su brújula interior.

El guerrero experimentado no es infantil, aunque disfrute la vida como un niño; y esa noche aprendió a controlar las candelas. Aún hoy, por supuesto, las candelas lo abrigan y lo transportan a mundos oníricos, pero no se deja llevar por un fuego que todo lo consume y nada más que deja cenizas. Sólo se abrigará –se dice- con candelas que le enciendan su fuego interior, y no que lo apaguen.

2 comentarios:

  1. Eres impresionante, la sorpresa al descubrirte es inmensa! Escribe porque lo haces fantástico, a mi parecer amén

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  2. Me encanta la metáfora del fuego, toda una historia de superación, aunque aveces cuesta un poquito más entrar en calor en el camino... siempre podemos correr! ^^ sigue así, ánimo!

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