domingo, 18 de abril de 2010

COMPROMISO


Se dan con frecuencia planteamientos simplicistas con los que superas momentos bajos o, quizás, con los que se materializa la superación. Ese sentirse, de nuevo, activo y en tu propia piel; con ganas de encarar tu sino. Paradigmas ingenuos pero altamente motivadores. La vida parece sencilla con sólo dos posturas: la deseable y la que no realiza al hombre. De estos he tenido varios en poco tiempo.

Ya no sé si es que llevo unos meses de gran actividad reflexiva o que, siendo esto lo habitual, ahora reparo con más insistencia en lo que mi mente elucubra sobre mi existencia, esencia y vivencias.

Sea como fuere, estas cavilaciones constituyen un patrimonio de pensamientos destinados al olvido del que solo se salvan pintorescas anécdotas puntuales. Sin embargo, sí es sumamente importante su repercusión en mi carácter, pues las reflexiones y las vivencias que las incitan son el caldo de cultivo de mi imaginario personal ante el mundo y la vida. Eso que llaman experiencia y que, llegado el momento de explicar el porqué de nuestras decisiones y acciones, no podemos aludir por abstractas e incorpóreas. Son documentos que no se indizan en las bases de datos de nuestro cerebro, sino que por inyección – más o menos dolorosa, según el caso- se diluyen en nuestro carácter.

Estas conclusiones que resumen la vida de manera más o menos ingenua, pero siempre positiva por su fácil comprensión, configuran en mucho nuestras acciones cuando están en todo su esplendor. El contrapunto radica en que ese esplendor rara vez supera los tres días. Es decir, toda la fuerza simplicista del planteamiento vital se disuelve en la rutina y el hábito, o, por el contrario, en lo seductor de lo nuevo.

Es de justicia para el lector que nombre ya alguno de estos planteamientos dicotómicos, tanto por si está a punto de abandonar la lectura por la falta de concreción en la argumentación como si, por el contrario, anda ansioso de conocer cuáles son los planteamientos que han motivado la publicación esta entrada. Fiat iustitia.

Aludo a la más reciente de las que me han influido. Su epicentro radica en una palabra con entidad por sí misma: COMPROMISO. Llegó a mí –como tantas otras reflexiones enriquecedoras- a través de la Iglesia, y aunque no es, obviamente, privativo de ella, he de exponer que sus dinámicas favorecen la reflexión. Así, un compromiso con la sociedad y con el mundo, algo deseable para quien espera algo más que lo que le promete un discurso dominante, cortoplacista y consumista. Esto lo intuía desde hace ya tiempo, pero como es habitual, raro sería que las reflexiones cerebrales calen con tal intensidad en nuestro carácter como para cambiar nuestro habitus. Por ello son necesarios varios estímulos para que tu carácter se adecue a tus planteamientos, pero imprescindible es la red que constituye la reflexión cerebral para que entendamos los estímulos como tales, y construyamos así el armazón que enriquece nuestra mirada.

Compromiso, pues. Frente a un discurso posmoderno alienador y cómodo, una promesa contigo mismo y con el mundo. Ejemplos de lucha y trabajo por el deber bien y en sentido amplio entendido me han ayudado a superar las seductoras llamadas a la comodidad y el egoísmo con que se nos bombardea. Estas nunca me llenaron; sí lo ha hecho el compromiso.

Me digo ahora, en plena ebullición cerebral y con la actividad corriendo por mis neuronas, que no importa dormir menos o trabajar más. Es, más bien, lo deseable desde una postura comprometida. No puedo permitir que la vorágine ataque mi paz interior, por ello también es necesario entenderlo bien. Sin embargo, mis ganas de trabajar y realizar proyectos es, en sí misma, fuente de felicidad y riachuelo –aún- para llenar, con ese agua que mana del compromiso, la plenitud de una vida.