viernes, 12 de noviembre de 2010

Universitario


Es difícil explicar la experiencia universitaria. Está llena de clichés, imágenes distorsionadas y prejuicios. Puede ser, además, totalmente diferente según cada sentir. De la experiencia de fiesta ininterrumpida tan sólo por tiempo de estudio a la de momento para trabajarte laboriosamente un futuro, pasando por las vagueantes marchas de años con tildes existencialistas, hay mucho camino. Más entre ellas que entre un universitario y alguien que no ha conocido el mundo del estudio más allá del bachillerato.

Los hay que aman –u odian- su facultad, y quiénes sólo la ven como una herramienta necesaria para el título. Los hay que se involucran en todo lo posible e incluso más de lo abarcable, así como quienes todo lo que no suene a computable para la nota resulta inútil. Los que atienden y los que entienden que lo que suena en la clase no merece interés; los que reciben y los que van por delante de lo que se va a pronunciar en la palestra. Los comprometidos –comprometedores o no- y los pasivos. Cada cual a lo suyo, cada cual de lo suyo.

Ser universitario puede llenar la boca al decirlo o simplemente configurar un adorno de tu vida. Puede hacerte vibrar al sentirlo o pasarte desapercibido, reservado a las cenas en familia donde eres el primero en pisar la facultad desde que el árbol genealógico tiene raíces.

Pero sobre todo la Universidad te da. Cada cual recoge lo que quiere y lo que puede. Da, y cada uno elige su menú de una carta que cambia fácilmente de postres, pero no de plato principal.

Más allá de los conocimientos, más allá de la experiencia de utilizar la facultad, más allá de vivir exámenes y sufrir trabajos, la carrera te hace ser tú. Te permite conocerte a través de conocer a otros. Compañeros de viaje en una aventura maravillosa. Compañeros de viaje que hacen la aventura maravillosa. Inquietudes profundas puestas en común, planteamientos re-refutados, toma de conciencia de uno mismo; oportunidades para ser como tienes que ser: feliz.

Gracias, compañeros, con todo el sentido de la palabra, por ser mi experiencia universitaria.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

¡Dale de comer a los tesauritos!


¿No te da nada? ¿No te entra remordimiento? ¡Qué te costará! Ya ves. Por un par de segundos que le dediques no vas a perder mucho. Es más, apuesto a que ganas. Siempre es gratificante alimentar a unos animalillos. No me importa cuál sea tu motivación; te guste cómo se comportan los animales o te de placer ver moverse cosas por tu pantalla, dales de comer. Pincha. Otra vez más, no seas rata. Aliméntalos con un poco de comida y un mucho de cariño al hacerlo. Sé que sabes que tu acción no tiene ninguna repercusión para unos animales que en realidad no lo son, no están vivos, pero aún así te apetece echarles un poquito de lo que sea que coman. ¡Admítelo! Te gusta; al menos un poco. ¿Ves? Lo sabía, lo has reconocido. Lo has hecho y no te ha sido indiferente. Algo, aunque esté muy escondido tras una barrera de conexiones de neuronas, se reconforta haciendo un bien, aunque sea en intención más que en repercusión.

Dicen que decía el Bhagavad-Gita que las cosas se hacen por sí mismas y no por sus frutos. Disfruto haciendo el bien; tú también. Me reconforta. Me siento útil, pero no es eso. Siento que esto tan grande tiene un orden, que las piezas encajan, pero no es eso. Una sensación de que lo malo -lo llames injusto, cruel o vida- tiene arreglo: esperanza. Pero seguramente tampoco sea eso. Me llena; quizás eso sí, sea eso. Hasta hacer el bien tiene sus trucos para engancharte.

Aviso a viajeros. No yo, lo hizo San Pablo. Hacemos el mal que no queremos y no hacemos el bien que queremos. Para hacer el bien también hay que saber. Para no hacerlo no hay que hacer nada. Ten cuidado con tu inactividad, son males en potencia. Este imaginario en que vivimos te ha hecho leer la frase recién escrita como una reprimenda; que no sea así. Que sea, por extraño que parezca, una liberación. ¿No te lo crees? A mis compañeros de viaje: la ironía de que la cruz no es solo imposición, sino liberación, no es tan fantasiosa, creedme. A mis compañeros de viaje cuya brújula es la cruz: la ironía de que el reino de los cielos comienza aquí es más real que la cruz sea liberación. Quien tenga oídos que lo oiga, pero de su Palabra, no de la mía.

Tú, por ahora, hazme un favor. Tómatelo como un regalo. Dale de comer a los tesauritos. Primero, lleva pan allí donde no lo hay. Es el principio de una bendición. La segunda parte necesita de la primera.